EL POZO 

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K´uck, sonó la piedra que tapaba el pozo. Un pozo que en julio del 2019 realizaron mi padre y don Juan (un hombre de no más de 45 años, vestía bien abrigado, una tarde de invierno nos contó que el chaleco ya lo acompañaba 10 años. Su sombrero largo y el bolo de coca lo caracterizaban). 

F

altaban unos minutos más para que sea las una de la tarde, nadie había almorzado, para suerte nuestra, mi madre dejo comida antes de irse. Un táper lleno de comida (carne, arroz, papa, chuño y un poco de queso).

Solo había dos cucharas, no estaba previsto que mi tío llamado Mario, el penúltimo hijo de mis abuelos llegase, mucho menos que don Juan, don Alejandro, don Chelo estuviesen ahí. Seis personas hacían chico al táper. Mi padre agarró la carne y partió en pequeños trozos la carne, todos empezamos a comer. En menos de diez minutos terminamos la comida.

Todos alimentados, solo necesitaron minutos para que empezaran a sacar de sus bolsillos la hoja milenaria "coca". Todos pijchearon, acompañando la coca con legía y un poco de bicarbonato de sodio. 

Con los bolos en la boca, empezaron a levantarse para trabajar, Juan pregunto ¿quién entrará al pozo? un pozo de al menos tres metros y medio, empezamos a mirarlo con la certeza de que el entraría, creo que lo entendió pues dijo "está bien, yo voy a entrar". Calcularon que al menos había un metro y medio de lodo. 

Todos en los puestos de trabajo, mi padre y Juan tenían los trabajos más fatigadores. Después de media hora, con la frente mojada, las manos y la ropa con un poco de lodo, pedíamos descanso. Nos asomamos al pozo para ver si estábamos por terminar el trabajo, al hacerlo, soltamos carcajadas, pues, Juan tenía la cara llena de sudor y lodo. 

Cuatro horas de arduo trabajo el pozo quedo sin lodo. Después de varios intentos Juan pudo salir del pozo, la alegría contagio al grupo, con la seguridad de que por un buen tiempo no saldría agua por la parte superior del pozo. El trabajo terminó cuando sacamos los bolos de la boca.